domingo, 17 de diciembre de 2017

San Cipriano de Cartago: La oración dominical, (15-16)


Obras completas de San Cipriano de Cartago
La oración dominical
Tomo I. 
Biblioteca de Autores Cristianos. 

15.            La voluntad de Dios es la que Cristo mismo enseñó y cumplió; humildad en la conducta, firmeza en la fe, modestia, disciplina en las costumbres, no saber infligir una injuria y tolerarlas cuando se reciben, vivir en paz con los hermanos, amar a Dios con todo el corazón (Cf Mt 22,37-40), amarlo porque es Padre y tenerlo porque es Dios, no anteponer nada a Cristo, porque Cristo no antepuso nada a nosotros, permanecer firmes en su amor, abrazarse a su cruz con fortaleza y confianza; cuando es preciso combatir por su Nombre y su honor, mostrar en las palabras la firmeza con la que le confesamos; en el interrogatorio, la confianza con la que combatimos; en la muerte, la paciencia por la que somos coronados. Esto significa ser coherederos de Cristo (Cf. Rm 8,16-17), guardar el mandamiento de Dios, cumplir la voluntad del Padre.


16.            Pedimos que se haga la voluntad de Dios en el cielo y en la tierra, ya que ambas cosas consiste la consumación de nuestra justificación y salvación. En efecto, teniendo un mismo cuerpo y en el espíritu, se cumpla la voluntad de Dios. Pues hay lucha entre la carne y el espíritu, un combate continuo, de modo que no hacemos lo que queremos, pues mientras el espíritu va tras lo celestial y divino, la carne desea lo terreno y mundano. Y, por ello, pedimos que haya paz entre estos dos adversarios con la ayuda y el auxilio de Dios, para que, cumpliéndose la voluntad de Dios en el espíritu y en la carne, se declara abiertamente el Apóstol Pablo, cuando dice: «la carne tiene apetencias contrarias al espíritu. Estos dos son adversarios entre sí, de modo que o hacéis lo que queréis. Bien conocidas son las obras de la carne: adulterios, fornicaciones, impurezas, obscenidades, idolatrías, hechicerías, homicidios, enemistades, discordias, celos, rencillas herejías, embriagueces, orgías y otros vicios semejantes; los que hacen tales cosas no poseerán el Reino de Dios. Al contrario, los frutos del Espíritu son la caridad, el gozo, la paz, la magnanimidad, la bondad, la fe, la mansedumbre, la continencia, la castidad» (Gál 5,17-23). Por eso debemos pedir cotidianamente, más aún, continuamente en nuestras oraciones que se cumpla tanto en el cielo como en la tierra la voluntad de Dios sobre nosotros. Porque esta es la voluntad de Dios: que lo terreno ceda ante lo celestial y que prevalezca lo espiritual y divino.

1 comentario:

  1. Los Santos Padres no quedaron ocioso cuando llegaba a sus manos las Sagradas Escrituras, pues en la medida que iban leyendo, memorizando las enseñanzas de la Palabra de Dios, nos ayudaba comprenderlo. En el Padrenuestro que se supone que lo estamos meditando, porque nada tiene que ver con lo que se lee en periódicos y revistas, que luego pasa. La Palabra de Dios no tiene que pasar en el corazón del cristiano. Puede que una persona que no sabe leer, pero se sabe a la perfección esta oración, la medita, la graba en el corazón y en el pensamiento, y no sale de ahí, aprende de la Sabiduría de Dios, se deja instruir por el Espíritu Santo, cree en verdad a Jesús, el Divino Maestro, y puede tener más conocimiento que cualquier teólogo.

    Una persona que verdaderamente al Señor, solamente puede encontrar la alegría en el silencio y recogimiento e la oración. Por el contrario, cuando la soberbia domina el corazón, hace creer: “sé mucho, porque he pasado años estudiando, y encuentro la alegría conforme a los deseos de mi medida personal”. Allí, donde se ha establecido la soberbia, no hay posibilidad de un dialogo espiritual. La soberbia es una tramposa, y siempre divide. Alli donde la soberbia ha establecido su morada, no se puede hallar a Jesús, no hay paz, no hay serenidad. Y rápidamente, hemos de cortar de raíz con los dominios de la soberbia.
    A nosotros, que hemos de amar al Señor, esta bellísima oración nos debe inundar de gozo, de paz, porque es completísima, pues no se trata de rezar uno o diez Padre Nuestro y luego inclinar su corazón a las cosas terrenales.

    Hace años, leía yo en alguna parte, algo que nunca me convención, cinco, diez, quince, o treina minutos con el Señor, y ya todo está bien. Esto es un tiempo brevísimo que se dedica al Señor, mientras que el resto de las horas, es para nosotros, ya no es para el Señor, que se le ha dejado de lado. Esto no ayuda a nadie. Y el demonio siempre se aprovecha, que pasando ese breve tiempo con el Señor, es mayor el tiempo que se dedica al mundo, al demonio a los enemigos del alma.

    Pero el Señor nos pide, no ya que estemos vigilantes unos pocos minutos, sino siempre.

    5'50 horas de la tarde del domingo, III de Adviento


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