martes, 19 de diciembre de 2017

San Cipriano de Cartago: La oración dominical, (19-20)




San Cipriano de Cartago

Obras completas

La oración dominical: el Padre Nuestro
Tomo I. 

Biblioteca de Autores Cristianos.

19.      Pero puede entenderse también en el sentido siguiente: quiénes hemos renunciado al mundo, a sus riquezas y pompas, quiénes han renunciado al mundo, a sus riquezas y pompas, a cambio de la gracia espiritual que recibimos por la fe, pedimos solo el alimento y el sustento, y que os lo enseña el Señor con estas palabras: «Quien no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío» (Lc 14,33). El que ha comenzado a ser discípulo de Cristo renunciando a todo según la palabra del Maestro, debes pedir el alimento diario y no extender más allá los deseos de su petición, porque el mismo Señor de nuevo prescribe y dice: «No os preocupéis del mañana, pues el mañana se preocupa de sí mismo. A cada día le basta su malicia» (Mt 6,34). Con razón, por tanto, el discípulo de Cristo pide para sí el alimento del día, ya que se le prohíbe pensar en el mañana, pues sería contradictorio que quisiéramos vivir en este mundo por mucho tiempo los que pedimos que venga el Reino de Dios fortaleciendo la firmeza de nuestra fe y esperanza: «Nada, dice, hemos traído a este mundo, ni tampoco nada podemos sacar de él. Así que, teniendo alimento y vestido, debemos contentarnos con esto. Los que quieren enriquecerse caen en la tentación, en la trampa y malos deseos, que hunde al hombre en la perdición y muerte. Pues la raíz de todos los males es la codicia, buscándola algunos han naufragado en la fe y se ha acarreado muchos dolores» (1Tm 6,7-10).

20.      El Apóstol enseña no solo que se deben despreciar las riquezas, sino también que estas son peligrosas, porque en ellas se encuentran la raíz de todos los males, que nos seducen, que nos engañan, convirtiendo en ciega la mente humana con un disimulado engaño. Por eso Dios reprende duramente a aquel rico necio, que pensaba solo en las riquezas temporales y se vanagloriaba de la abundancia de sus frutos, diciendo: «Necio, esta noche te reclamarán el alma. Las cosas que has acumulado, ¿Para quién será?» (Lc 12,20). Se alegraba el necio de sus posesiones por largos años, cuando iba a morir aquella misma noche; pensaba solo en la abundancia de recursos que ya le faltaba la vida. El Señor, por el contrario, enseña que es sumamente perfecto aquel que, después de vender todos sus bienes y distribuirlos entre los pobres, se prepara un tesoro en el cielo (Cf. Mt 6,20; 19,21). El Señor dice que podrá seguirlo e imitar la gloria de su pasión el que, libre y sin trabas, no atado por los bienes familiares, sino con plena libertad, sigue sus bienes, que ya antes había puesto en las manos de Dios. Para que cada uno de nosotros pueda prepararse a este desprendimiento, nos enseña de este modo a orar y a conocer cuál debe ser la regla de nuestra oración.


1 comentario:

  1. La oración del Padre nuestro nos anima a estar desprendido de todas cosas terrenales, como franciscanos, la vida del Evangelio es infinita más maravillosas que si tuviéramos riquezas presentes. Hace mucho, yo pensaba: “¿qué te parece, José Luis, si te dieran, oro, piedras preciosas…?” Es que yo me sentía como abrumado con tal pensamiento terrible. Podría ser que si yo no conociera las enseñanzas de Jesús, para mi eso sería lo más importante, pero sería un desgraciado. Pero ya con el Evangelio, el Santo rosario, sería para mí lo más completo, cuando leía y releía la Sagrada Biblia, y meditaba sus enseñanzas.
    Antes de la llamada de Jesús a seguirle, estaba interesado en comprar cupones de la ONCE, y alguna lotería, pero con la fe que el Señor me ha dado, el conocimiento de la vida de los Santos, que lo dejaron todo por seguir a Cristo, San Francisco de Asís, San Pedro de Alcántara y otros santos franciscanos, y no franciscanos, como San Juan de la Cruz, San Bruno, San Antonio Abad y no termina ahí los ejemplos de los Santos y Santas, esa fuerza que gracias a la comprensión de la Palabra de Dios, enseñanzas de Jesús, y cuando rezamos con mucha devoción el Padre nuestro, o el Ave María, el Santo Rosario, nuestras tentaciones se hacen trizas, el tentador no llega a conseguir sus malas intenciones en nosotros, ya que tenemos presente, que la oración es en espíritu y verdad, y en esto nos unimos más espiritualmente con el Señor. Porque es verdad, no podemos preocuparnos de servir a dos señores, a Dios y al dinero. Porque si estoy, (hablo por mí mismo), si estoy pendiente del dinero, no acertaría a caminar en la fe, podría hacer el bien a algunos, pero a otros mostrarles desprecios, es cuando no nos centramos en rezo del Padre Nuestro con el corazón libre y despojado del egoísmo del hombre viejo.

    Por el contrario, cuando nos tomamos muy en serio la verdadera devoción, nuestra conducta terrenal se irá desvaneciendo en nosotros. Pues si el Señor es el primero que quiere que salgamos de nosotros, y vivir en su presencia como si le estuviéramos viendo de forma visible. Y debemos ser muy constantes, porque lo espiritual y lo mundano no es una unidad, seríamos muy tibios, pero tenemos siempre la solución del Señor para salir de nuestra tibieza.

    Que gran confianza tenía el Santo de Asís, el Poverello, en la Divina Providencia, y la Santa Doctora, Teresa de Jesús, que nunca debemos turbarnos con las cosas de este mundo. Pues si nosotros permanecemos en Cristo, debe serlo para siempre: «Solo Dios basta».

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