sábado, 16 de diciembre de 2017

San Cipriano de Cartago: La oración dominical, (13-14)

Obras completas de San Cipriano de Cartago
La oración dominical
Tomo I. 
Biblioteca de Autores Cristianos. 



13.   Sigue luego en la oración: Venga tu reino. De la misma forma que pedimos que su Nombre sea santificado en nosotros, así pedimos también que se haga presente e nosotros su Reino. Pues, ¿Cuándo no reina Dios?, ¿en qué momento ha comenzado a ser en Él aquello que fue siempre y que no ha cesado jamás de ser? Pedimos que venga nuestro reino, el que Dios nos ha prometido y fue adquirido por la Sangre de Cristo, para que nosotros, que ahora le servimos en el mundo, reinemos un día en la otra vida con Cristo Rey, como Él mismo nos promete cuando dice: «Venid, benditos de mi Padre, recibid el Reino preparado para vosotros desde el origen del mundo» (Mt 25,34). Es cierto, hermanos queridísimos, que Cristo mismo es el Reino de Dios, que deseamos diariamente que venga y cuya venida pedimos que ocurra cuanto antes. En efecto, siendo Él la Resurrección (Cf. Jn 11,23), porque en Él resucitamos (Cf Colosenses 2,12), porque en Él reinaremos. Hacemos el bien, entonces, pidiendo que venga el Reino de Dios, esto es el reino de los cielos, también existe un reino terreno. Pero el que ha renunciado al mundo es superior a los honores y a ese reino terrenal. Por ello, quien se consagra a Dios y a Cristo, no desea el reino de la tierra, sino el del cielo. Debemos, por tanto, pedir e implorar continuamente no ser excluidos del Reino del cielo. Debemos, por tanto, pedir e implorar continuamente no ser excluidos del Reino de los cielos, como les ha sucedido a los judíos, a quiénes se les había prometido antes, según la palabra y el testimonio del Señor. Él ha señalado: «Muchos vendrán de oriente y de occidente y se sentarán en la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el Reino de los cielos. Más, los hijos del reino serán arrojados a las tinieblas exteriores; allí será el llanto y el rechinar de dientes» (Mt 8,11-12). Así Él nos demuestra que los judíos antes habían sido hijos del Reino, cuando perseveraban siendo hijos de Dios (Cf. Jn 8,11). En cambio, cuando dejaron de tenerle por Padre, perdieron también el reino. Y por ello, nosotros los cristianos, que hemos aprendido en la oración a llamar a Dios Padre nuestro¸ pedimos también que venga a nosotros el Reino de Dios.


14.  Después añadimos y decimos: «Hágase tu voluntad en el cielo y en la tierra». No pedimos que Dios hg su voluntad, sino que nosotros hagamos aquello que Él quiere. Porque, ¿Quién impide a Dios a hacer lo que quiera? Sin embargo, ya nuestros pensamientos y acciones, pedimos y suplicamos que se cumpla en nosotros la Voluntad de Dios, algo que se realiza solo si Dios quiere, con su ayuda y protección, pues ninguno es fuerte por sí mismo, sino gracias a la bondad y la misericordia de Dios. Finalmente, también el Señor afirma para mostrar la debilidad humana, que Él mismo llevaba: «Padre, si es posible pase de mí este cáliz» (Mt 26,39). Y en otro lugar dice: «No he bajado del cielo para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado» (Jn 6,38). Por tanto, si el Hijo ha obedecido para hacer la voluntad del Padre, cuánto más debe obedecer el siervo para hacer la voluntad del Señor, como escribe Juan en una de sus cartas, cuando nos exhorta a hacer la Voluntad de Dios, diciendo: «No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él, porque todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de los ojos y ambición de la vida, lo cual el mundo y su concupiscencia pasarán, pero el que cumpla la Voluntad de Dios permanecerá para siempre, como Dios permanece para siempre». (1Jn 2,15-17). Si pues, si queremos vivir eternamente, debemos hacer la voluntad de Dios que es eterno.

1 comentario:

  1. Gloria y alabanza a la Santísima Trinidad

    En el tratado del número 11, (compartido el día 15) dice; «Debemos recordar, por tanto, hermanos amadísimos, y saber que, si llamamos Padre a Dios, debemos también a vivir y a comportarnos como sus hijos, de modo que, así como nosotros nos alegramos de tenernos como hijos. Vivamos como templos de Dios (Cf. 1Cor 5,16) »,

    Debemos recordarlo continuamente, porque si llamamos Padre a Dios, nosotros debemos comportarnos como hijos obedientes, fieles, porque nos ama. No debemos hacer nada distinto de lo que Jesús nos ha enseñado, y los Apóstoles.

    No debemos vivir como si la oración del Padre nuestro no fuera con nosotros, porque hemos sido bautizado, el Señor quiere darnos siempre lo mejor, en el Padre nuestro ese deseo de “venga tu Reino” debe ser un deseo real, no debe caer en el vació, que, si queremos el Reino de los cielos, las cosas de la tierra, no deben ser lo importante para nosotros. En el Reino de los cielos, lo debemos desear en su plenitud, con la misma medida que Jesús quiere para nosotros.

    «Hágase tu voluntad en el cielo y en la tierra». Hacer la voluntad de Dios es lo más maravillosos que podemos hacer, incluso, si el Señor quiere que tengamos un tiempo distinto, de la salud corporal a la enfermedad, tengámoslo como regalo de Dios, en nuestro provecho, pues el amor, lo más duro de nuestras enfermedades, puede ser alivios. Pero también en las sequedades de la oración, podemos sacar buen provecho espiritual, porque es mucho mejor pasar todas las dificultades en esta vida presente, que no luego en la eternidad.

    Mucho mejor es la dolencia más fuerte en esta vida, porque si lo llevamos con paz y alegría, en gracia de Dios, en una perfecta comunión con la Voluntad de Dios, en la eternidad ya ni nos acordaremos de la dureza temporal.

    Sumerjámonos en el conocimiento de la Palabra de Dios, leyendo y meditando lo que nos dice, y encontraremos consuelo y paz.
    En el Reino de los cielos, donde veremos al Señor, y le adoraremos con inmenso gozo espiritual, ya habremos pasado todo lo adverso, porque el Señor nunca nos dejó solo, «Y enjugará toda lagrima de sus ojos, y no habrá muerte ni llanto, ni lamentos, porque todo lo anterior ya pasó» (Ap 3,4)

    Pero ahora nos ayuda el estar muy atento, siempre que vamos a la Santa Misa, y cuando oramos, siempre lo debemos hacer con mucho respeto, con reverencia.

    Recordando que el Señor es nuestro Padre, nosotros no debemos comportarnos como hijos rebeldes para terminar siendo castigados después de esta vida temporal.

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